sábado, 4 de junio de 2011

Amor de San Pablo a Dios

AMOR DE SAN PABLO HACIA DIOS

La caridad es una amistad, una benevolencia, un amor que mostramos en nuestro corazón hacia nuestro Padre celeste y hacia nuestros hermanos, el prójimo. El amor a Dios y al prójimo son como dos rayos de la misma llama.

1. La caridad hacia Dios puede considerarse como el estado de gracia. Más aún, es inseparable del estado de gracia. Es tan necesaria que san Pablo escribe: «Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes. Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas, que, si no tengo amor, no soy nada. Ya puedo dar en limosna todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo que, si no tengo amor, de nada me sirve».1

La caridad puede presentar varios grados en un corazón: desde el simple estado de gracia se puede llegar hasta los más encendidos actos de deseo y de amor de muchos santos.

2. ¿Quién puede decir el grado excelso de santidad del Apóstol? Él empieza por asegurarnos de poseer la gracia del Señor cuando escribe: El amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón en fuerza del Espíritu Santo que se nos ha dado. Luego exhorta a los fieles de Éfeso a crecer con él cada día en la amistad de Dios; después pide a los filipenses que suban con él más arriba. Sabemos lo encendido que estaba en su corazón el fuego del amor de Dios por lo que escribía sobre su íntima unión con nuestro Señor Jesucristo hasta decir que ya no vivía él sino Jesucristo en él.

El amor y el espíritu de oración, cuando alcanza ciertas alturas y ciertos estados de oración, puede incluso llegar a los éxtasis y las visiones. Y san Pablo consiguió ser arrebatado al tercer cielo y conversar con nuestro Señor Jesucristo. El P. Álvarez dice que aquí esta precisamente el decimoquinto y más alto grado de amor a Dios. Mereció incluso uniformarse a nuestro Señor Jesucristo en su cuerpo: «Yo llevo los estigmas del divino Maestro en mi cuerpo».

3. ¿Estás en estado de gracia? Si por suma desventura estuvieras en pecado, deberías confesarte cuanto antes, para volver al estado de amistad con el Señor. El amor a Dios nos lleva a entretenernos a menudo con él. Y bien, ¿cómo haces tus comuniones? ¿Te mantienes unido a Dios en tus pensamientos y sentimientos? El amor a Dios nos hace temer el pecado venial, ¿y cómo huyes tú del pecado venial? ¿Sientes odio y aborrecimiento a la más pequeña ofensa al Salvador? ¿Procuras siempre crecer en el amor a Dios esforzándote por progresar en la virtud? La santa llama del amor de Dios se alimenta en la meditación y en la lectura de las cosas santas, mientras que se apaga en la disipación y con el familiarizarse demasiado con las personas mundanas.

Meditemos la admonición del Apóstol: «Ante todo ceñíos el amor».

EJEMPLO. Nos aprovechan los ardientes deseos que san Pablo tenía de poseer y acrecentar siempre la caridad. «El amor de Cristo nos apremia. ¿Quién podrá separarme del amor a Jesucristo? ¿la aflicción? ¿la angustia? ¿el hambre? ¿la desnudez? ¿los peligros? ¿las persecuciones? ¿la espada? Ah no, ni ángeles ni soberanías, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes, ni alturas, ni abismos, ni ninguna otra criatura podrá privarme de ese amor de Dios, presente en Cristo Jesús, mi Señor». «Mi vida es Cristo».

«Estoy crucificado con Cristo Jesús. Todo me parece basura comparado con el conocimiento de Jesucristo, por cuyo amor estoy decidido a despreciarlo todo con tal de poseerle a él».2

San Juan Grisóstomo dice que el Apóstol había ido tan adelante en el amor a nuestro Señor Jesucristo que se podía afirmar no darse ya dos corazones, sino uno solo: «El corazón de Pablo era el corazón de nuestro Señor Jesucristo».

Obsequio: A lo largo del día recuerda frecuentemente el consejo de san Pablo: hágase todo en el amor.

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